El misterio del solitario
Al final de la barra se encuentra Frode el viejo, marino noruego que cambió la brisa del mar por el esmog, y el ruido del agua golpeándose a sí misma por claxons y mentadas de madre.
Perdido en sus pensamientos su café se enfría mientras su pipa descansa frente a él. Ultimamente ya no le pone tabaco.
En sus manos se pasea una baraja. Reyes y reinas se asoman de vez en cuando entre tréboles y picas como queriendo saltar del montón de naipes para conversar y tomarse un cafecito o una copita. Pareciera que los corazones se dejaran acariciar por los dedos de Frode el viejo.
Casi no habla, al menos no con otras personas, pero, si pone uno atención, pareciera que platicara entre murmullos con las cartas. Las barajea una y otra vez, mira la de abajo y luego pierde la mirada en el infinito como recordando algo, sonrie, o se pone sombrío. Una vez le ví perder una lagrima sobre la barra.
Nunca usa las cartas para jugar, ni siquiera al solitario, sólo las carga como quien cargara un reloj antiguo, de los de cadena larga bolsillo en pecho.
Mira mucho a la puerta de la cantina como esperando a alguien, y creo que es a algún nieto, porque lo he visto buscar en los ojos de entre los jóvenes que entran solos, como perdidos. Pero nunca ha llegado.
Hoy le ofrecí una copa de mi mejor vino.
-Cortesía de la casa- le dije. Cuando me miró creí ver un brillo en sus ojos y me recordó algo que aún no se qué es, algo en su expresión se me hizo familiar.
-Gracias. Algún día yo te ofreceré una copa de el mejor vino que te puedas imaginar. ¿Has probado alguna vez un vino tan exquisito que el sabor se ha quedado en tu paladar por varios dias?- Me dijo al fin de unos segundos que parecieron eternos.
-Recuerdo haber probado algunos muy buenos, pero no podría recordar su sabor- Respondí.
-Del vino que yo te hablo nunca te olvidarás, te lo prometo.
Y con una gran sonrisa, la más grande que yo le haya visto nunca, le dió un sorbo a su copa.
No lo había visto tan contento en los meses que tiene viniendo al lugar, cada lunes y jueves. Esta vez al despedirse, no se veía cansado como otros dias, sentí cierta calidez en su gesto de despedida y me dijo "nos vemos mañana, me gustaría platicarte unas cuantas historias", lo cual me dió gusto pues siempre he querido preguntarle cual es la historia de sus naipes, esos naipes tan viejos y desgastados que con tanto cariño cuida. Mañana le pregunto.
Perdido en sus pensamientos su café se enfría mientras su pipa descansa frente a él. Ultimamente ya no le pone tabaco.
En sus manos se pasea una baraja. Reyes y reinas se asoman de vez en cuando entre tréboles y picas como queriendo saltar del montón de naipes para conversar y tomarse un cafecito o una copita. Pareciera que los corazones se dejaran acariciar por los dedos de Frode el viejo.
Casi no habla, al menos no con otras personas, pero, si pone uno atención, pareciera que platicara entre murmullos con las cartas. Las barajea una y otra vez, mira la de abajo y luego pierde la mirada en el infinito como recordando algo, sonrie, o se pone sombrío. Una vez le ví perder una lagrima sobre la barra.
Nunca usa las cartas para jugar, ni siquiera al solitario, sólo las carga como quien cargara un reloj antiguo, de los de cadena larga bolsillo en pecho.
Mira mucho a la puerta de la cantina como esperando a alguien, y creo que es a algún nieto, porque lo he visto buscar en los ojos de entre los jóvenes que entran solos, como perdidos. Pero nunca ha llegado.
Hoy le ofrecí una copa de mi mejor vino.
-Cortesía de la casa- le dije. Cuando me miró creí ver un brillo en sus ojos y me recordó algo que aún no se qué es, algo en su expresión se me hizo familiar.
-Gracias. Algún día yo te ofreceré una copa de el mejor vino que te puedas imaginar. ¿Has probado alguna vez un vino tan exquisito que el sabor se ha quedado en tu paladar por varios dias?- Me dijo al fin de unos segundos que parecieron eternos.
-Recuerdo haber probado algunos muy buenos, pero no podría recordar su sabor- Respondí.
-Del vino que yo te hablo nunca te olvidarás, te lo prometo.
Y con una gran sonrisa, la más grande que yo le haya visto nunca, le dió un sorbo a su copa.
No lo había visto tan contento en los meses que tiene viniendo al lugar, cada lunes y jueves. Esta vez al despedirse, no se veía cansado como otros dias, sentí cierta calidez en su gesto de despedida y me dijo "nos vemos mañana, me gustaría platicarte unas cuantas historias", lo cual me dió gusto pues siempre he querido preguntarle cual es la historia de sus naipes, esos naipes tan viejos y desgastados que con tanto cariño cuida. Mañana le pregunto.
3 comments:
Mañana vendré para escuchar de tus letras la historia. Hoy hiciste una bella obra, arrancaste una sonrisa que el viejo tenía atorada en la garganta.
Un saludo a los dos
Aguardo entonces.
Confesión: me gustan las historias de bar. Todo el mundo solo esperando que alguien ate los cabos. Ahí lo ves.
puras historias inconclusas, una por cada naipe, por cada extraño en el que se busca un reflejo, por cada distancia comprobada.
a veces hace falta solo esperar para que llegue la copa adecuada.
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